Morteros

morterosB

Morteros

El empleo de los morteros se remonta, seguramente, casi a los inicios de la construcción cuando se percibe la estabilidad que proporcionan a los materiales simplemente amontonados.

Se conoce como mortero la mezcla, en forma de pasta, de dos o más sustancias destinadas a unir entre sí firmemente los mampuestos utilizados para construir, unión que se consigue tras el proceso de fraguado.

Hay morteros simples, en los que sólo se mezcla el futuro aglomerante con el agua necesaria para que adquiera un estado pastoso. En este grupo podríamos colocar los morteros de tierra, en los que no se da un verdadero proceso de fraguado sino de endurecimiento, originado por la evaporación del agua que los formó.

Los morteros de tierra eran muy utilizados porque son compatibles con la mayoría de materiales tradicionales y pese a su fama de poco durables, convenientemente protegidos por lechadas de cal resisten eficazmente el paso de los años.

Otros morteros simples son el de yeso o el de cal, que pueden realizarse  añadiendo agua solamente, usados para unir cascote menudo, garrofo, canto rodado, ladrillo y varios tipos de piedra, incluida la que se obtiene partiendo el propio yeso de las canteras.

Peculiar de nuestra patria es el trabadillo, mortero de cal y yeso, muy utilizado también para realizar maravillosas decoraciones, que podemos incluir entre los morteros bastardos, denominados así si incluyen dos sustancias ligantes.

Es habitual añadir al mortero un inerte, la arena u otro árido, que arma la mezcla y disminuye el empleo de los componentes más caros.

Con el paso del tiempo el mortero va endureciendo y formando un cuerpo común con el resto de los materiales del muro.

Yeso

El mineral de yeso, conocido como aljez en español, se encuentra en la naturaleza como sulfato de calcio dihidratado, en su forma más común.

Su empleo, que parece originarse en el Neolítico y se generaliza en varias de las más antiguas ciudades como Jericó o Catal Huyuk, es comentado por muchos teóricos y tratadistas como Teofrasto, los llamados Agrónomos Latinos, Plinio el Viejo, Vitruvio o San Isidoro de Sevilla.

Los romanos utilizaron más la cal que el yeso pero usaron éste muchas veces mezclado con grasa, lo mismo que hicieron después los constructores medievales.

El mortero de yeso fue muy habitual en España antes de la invasión islámica aunque sus artesanos lo utilizaran  después ampliamente con suma habilidad, siendo una de las características de lo hispano-musulmán el sabio empleo de este material incluso en realizaciones tan deslumbrantes como las cúpulas de mocárabes, características de esa etapa.

En la Edad Media se usó mucho para realizar forjados y tabiques y en las etapas Renacentista, Barroca y Rococó para conseguir refinadas decoraciones.

Tras el incendio que sufrió Londres  en 1666 se procuró, en toda Europa, incrementar el uso de los morteros de yeso. Bajo el reinado de  Luis XIV, se emitieron en Francia unas Ordenanzas que promovían este tipo de morteros. En España siguió siendo un material habitual, ya que gran parte de nuestro país se encuentra en zonas yesíferas, por lo que era muy empleado además de por su tenacidad ante el fuego porque es capaz de proteger adecuadamente las piezas de madera que van a estar en contacto con la cal.

El mortero de yeso se puede usar también para elaborar adobes de este material, ligeros y muy empleados en cítaras y tabiques, como recuerda Juan de Villanueva en su texto Arte de Albañilería.

Fue muy utilizada en nuestra patria una variedad de yeso, el espejuelo o lapis specularis, usada por los romanos para cerrar ventanas dejando pasar la luz, ya que es traslúcido en capas finas, por lo que era muy solicitado el lapis hispano que se exportaba desde la Hispania Citerior.

Para obtener el yeso es preciso calentarlo con objeto de que pierda parte del agua. Por ello se transportan los aljezones, o trozos de mineral arrancado en la cantera y se procede a cocerlos en un horno albergado  entre tres paredes fijas. Se disponen los aljezones mayores formando bóvedas, en la zona más baja, y sobre ellos se reparten los pequeños cuidando de que queden huecos suficientes para que circule el aire caliente en el interior del horno. Se remata el conjunto cubriéndolo de tierra y se procede a poner fuego en el combustible que habrá sido colocado en los espacios abovedados dispuestos para ello en la base.

Es preciso alcanzar una temperatura de entre 100 y 200 grados centígrados para obtener un yeso de calidad media y de 200 a 300 grados para lograr otro de fraguado más lento pero de mayor resistencia. No se deben superar estas cotas de calor porque el yeso resultante, si se exceden, es de calidad inferior.

La combustión se mantiene en el horno durante un tiempo que varía entre 9 a 12 horas, según sea la variedad del aljez empleado.

Así se obtiene el yeso negro, con muchas impurezas, el blanco y el rojo o de otros colores naturales presentes en el mineral.

Después de la cocción, que consumirá entre 134 y 225 kilos de leña por metro cúbico de yeso, es preciso triturar el material hasta reducirlo a polvo fino.

Éste se tamizará o no, según el uso posterior que vaya a darse, pesando un metro cúbico de yeso ordinario unos 1000 kilos y uno de tamizado unos 1130 kilos.

El yeso une dos ladrillos con más fuerza que un mortero de cal pero al contrario que éste, va perdiendo cohesión con el paso del tiempo.

Los morteros de yeso tenían mayor o menor carga de este material según la función que se les reservase, siendo más ricos en los muros de carga, menos en bóvedas y cúpulas y pobres en paredes de mero cerramiento.

Escayola

Este material que toma su nombre de la palabra italiana scagliola, diminutivo de scaglia, piedra blanca muy blanda, sirve también como mortero, sobre todo mezclado con cal, como se usaba en la Edad Media, pero se consume preferentemente para realizar falsos techos y decoraciones.

Se obtiene eliminando aún más el agua que contiene el aljez del que se parte para fabricar el yeso.

Cal

La cal es un carbonato de calcio, extraordinario material sumamente útil en la construcción donde se emplea no sólo como mortero.

Para obtener la cal se procedía a descapotar el terreno del que se pretendía  tomar el material y se rompía éste por medio del garrayo transportándolo, a continuación, en carretas  desde la calera al punto donde se procedería a la cocción.

Para llevarla a cabo se utilizaban hornos especiales, generalmente excavados, para perder la menor cantidad posible de calor, ya que el proceso necesitaba alcanzar cerca de 1000 grados de temperatura.

La cuba del  horno estaba constituida por paredes de piedra seca. El mineral se depositaba en ella formando una bóveda que se cerraba con una capa de tierra y reble o piedra menuda, que contribuía a mantener el calor. Una chimenea permitía la salida de los gases producidos en la combustión durante la cual se quemaban entre 600 y 800 kilos de leña por cada metro cúbico de piedra caliza durante 24-36 horas.

El carbonato de calcio quedaba transformado en óxido de cal o cal viva. Una vez enfriado el  contenido del horno se desmantelaba la parte superior de éste, hasta llegar donde estaban los fragmentos de mineral que se recogían cuidadosamente desechando los que estaban poco cocidos, como los llamados  croquetas, que como forma de escorias solían amontonarse en las caleras.

Se podía proceder al molido del óxido de cal o transportarlo hasta las balsas de apagado tal como salía del horno por medio de las cuartillas o espuertas cuya capacidad rondaba los 12 kilos.

Para realizar el apagado de la cal viva con objeto de convertirla en cal apagada se sumergían en agua, durante largo tiempo, los trozos de óxido de cal transformándola entonces en hidróxido de cal.

Apagado el material se sacaba de las balsas, donde permanecía al menos medio año, se molía y se reducía a pasta añadiendo para ello el agua que se precisara y ya podía ser usada como mortero.

Juan de Villanueva comenta las diferentes maneras de apagar la cal que se usaban en Francia o en España.

Como término medio un metro cúbico de cal pesa 675 kilos.

Tipos de cales

Aunque hay una enorme variedad  de tipos, las cales pueden agruparse, a grandes rasgos, en cales aéreas, aquéllas que cristalizan en una atmósfera normal y cales hidráulicas, capaces de fraguar incluso bajo el agua.

Las cales aéreas se califican como magras si llevan una cantidad de arcilla comprendida entre el 2% y el 5 % y se llaman grasas si su contenido en arcilla oscila entre el 0´1% y  el  1%

La cal hidráulica, que supera el 8% de arcilla, no se consideraba  apta para la construcción hasta bien mediado el siglo XVIII.

Parece que el uso de la cal se descubre  hace varios milenios. Se han encontrado en Mesopotamia hornos para realizarla cuya antigüedad se remonta a los 2.500 años antes de Cristo. Es ya citada por Catón en el siglo II antes de nuestra era, también hablan de ella Plinio, Vitruvio, Isidoro de Sevilla y muchos de los grandes teóricos y constructores que la tienen en gran estima.

Arenas y colorantes

Para realizar un buen mortero se precisa añadir, habitualmente, un árido inerte que mejora la cohesión de la pasta.

La arena solía ser el árido más utilizado para ello. Dependiendo del tipo de mortero que se precisara se cribaba con cedazos para seleccionar las del tamaño adecuado.

Generalmente se prefería la arena de río, de pequeño tamaño y aristas redondeadas.

La arena de mina, con impurezas como arcilla o residuos orgánicos,  se sometía a un lavado previo antes de  mezclarla en la obra.

La arena de mar  era menos solicitada por su contenido en sales, que hacían preciso un lavado más cuidadoso.

Si se trabajaba en áreas volcánicas, era práctica habitual añadir al mortero la arena obtenida con el machaqueo de las rocas de la zona.

Las arenas se usaban también para colorear los morteros ya que muchas de ellas presentan tonos muy diferentes  con los que lograr contrastes o armonías deliberados

Además podían teñirse los morteros y revocos empleando óxidos minerales y sustancias orgánicas, muy empleados también en la obtención de pinturas para realizar decoraciones con frescos, temples y acuarelas. Los colores minerales solían mantenerse inalterables por más tiempo que los obtenidos de materias animales o vegetales.