Alicatados y Azulejería

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Alicatados y Azulejería

En la tradición constructiva española, estrechamente vinculada con la decoración y el modo de vida islámico, no podemos olvidar la aplicación de los alicatados y las distintas suertes de azulejería, dentro todavía de esta apartado que dedicamos a las piezas cerámicas.

La Península ibérica parece ser  un crisol donde se funden las tradiciones aportadas por Roma y el mundo visigodo con los conocimientos técnicos y el gusto por las superficies cubiertas de bellos diseños que traen consigo los invasores musulmanes, quienes, a su vez, lo había tomado de las refinadas culturas orientales y bizantinas. A todo este bagaje cultural se unirán, en el Renacimiento, las nuevas preferencias estéticas ejecutadas con técnicas diferentes.

Alicatados.

El arte del alicatado consistía en recubrir los paramentos con piezas a las que se daba forma determinada usando para ello la herramienta cortante llamada pico. Estrellas, cuadrados, rombos o polígonos combinaban entre sí formas y colores planos entre los que predominaban el verde, el blanco, el azul o los melados. Las piezas obtenidas por el corte de las placas vidriadas, que eran llamadas aliceres, fueron tan utilizadas que se pasó a denominar con su nombre  al propio zócalo o arrimadero.

Azulejería

Conviviendo con las labores de alicatado, a las que pronto sustituyen por ser de ejecución más fácil, rápida y económica, están las diversas maneras de ejecutar decoraciones de azulejería.

La palabra azulejo parece derivar del término árabe az zulaiy, “piedra pulida” o zulech,  “lo barnizado”.

Entre los azulejos más conocidos están los elaborados con la técnica de la cuerda seca, llamada así porque se separaban los distintos campos de color utilizando una cuerda entre ellos, cuerda que pronto fue sustituida por la aplicación, a pincel, de una sustancia grasa, que impedía también la mezcla de los tonos, pero de modo más rápido, ya que estos iban en soluciones acuosas y no podían penetrar en los trazos de grasa que delimitaban los contornos de cada tono.

Conviviendo largo tiempo con ellos pero realizados más fácilmente estaban los azulejos de cuenca o de arista, cuyos perfiles, obtenidos por estampillado, impedían también la mezcla no deseada de los distintos colores.

Finalmente, en el siglo XVI, con la llegada de Francisco Niculoso Pisano a Sevilla, donde se instala, se imponen los azulejos planos, en los que sobre las piezas ya cocidas se pintaba con pinceles y pigmentos cuya molturación los había reducido a polvo finísimo, tras lo cual volvían a cocerse.

Los motivos decorativos, generalmente grutescos, candelieri y otros semejantes, muy del gusto renacentista, pasaron paulatinamente a ser sustituidos por escenas de caza, bélicas, asuntos religiosos o paisajes.

Los azulejos formaban parte de los edificios estando muy presentes no sólo en los zócalos o arrimaderos sino en los pavimentos, arriates, mesas de altar y alféizares de las más diversas construcciones.

Las maneras de colocarlos eran muy variadas  ya que podían ser usados con motivos únicos en cada pieza o formar decoraciones en conjunto, por ejemplo realizando alfombrillas. Por ello su colocación era de cuarto, de medio, etc, pudiendo llevar cenefas y bordes compartidos o constituir formas especiales, como los alfardones hexagonales o los socarrats que formaban las placas colocadas en las zonas inferiores de aleros y balcones.